Competencia global en aumento, ritmos de comercialización cada vez más acelerados, escasez de talento, nuevas regulaciones y tecnologías emergentes, negocios volátiles… El entorno en el que se mueven las organizaciones es cada vez más complejo. La solución: convertirse en una empresa ágil. Un concepto nacido del entorno de las startups tecnológicas que se deja ver en más y más sectores. Pero ¿cómo aplicar la metodología agile a una organización?
“El concepto agile, que se originó en el desarrollo de software, pero tiene paralelos inconfundibles con otros tipos de trabajo, sugiere que debemos valorar a las personas y las interacciones sobre los procesos y las herramientas, la colaboración sobre la negociación y la velocidad de respuesta al cambio sobre el seguimiento estricto de un plan”, explica Doug Friske, Global Head, Talent and Rewards, de Willis Towers Watson.
En esencia, ser ágil significa ser capaz de adaptarse al cambio, una característica fundamental teniendo en cuenta los tiempos acelerados en los que se mueven la mayoría de las organizaciones. Ser ágil para acortar el time-to-market, para reducir los tiempos de innovación, para producir más y, sobre todo, hacerlo de forma más eficiente.
La metodología agile nace del Agile Software Development Manifesto publicado en 2001 por diferentes empresas y organizaciones que apostaban por nuevos procesos para desarrollar software como Extreme Programming, SCRUM, Adaptive Software Development, Crystal o Pragmatic Programming. De este manifiesto se derivan 12 principios que actúan más como una guía que como un estricto plan que aplicar a las organizaciones.
Estos son los 12 mandamientos de las empresas ágiles, adaptados ligeramente para que tengan significado más allá del sector tecnológico.
El concepto agile nació de un conjunto variado de formas y procesos para desarrollar software. Como tal, existen multitud de metodologías ágiles que pueden aplicarse para alcanzar todos o alguno de los mandamientos anteriores. Entre las más habituales, destacan SCRUM, lean development y Kanban.
Se trata de uno de los primeros modelos agile, definido durante los 80. Su principal prioridad es desarrollar los productos de forma incremental, en lugar de planificarlos y ejecutarlos de forma completa. Es decir, el producto se va probando y mejorando a medida que se concluyen las fases de desarrollo y no se espera hasta el final.
De desarrollo más reciente, este modelo se centra en eliminar del proceso de desarrollo todo lo que no aporta valor, como la burocracia o la comunicación interna lenta. El objetivo es acelerar los tiempos y la eficiencia sin perder calidad.
Reducir los plazos de entrega sin sobrecargar el equipo, apostar por el liderazgo a todos los niveles y perseguir los cambios incrementales. Esas son las claves del método Kanban.
La filosofía agile puede ser aplicada a todos los negocios. No es necesario seguir los métodos o los principios a rajatabla, pero sí poner en perspectiva si los procesos que se desarrollan en la organización son los suficientemente ágiles. Las compañías agile otorgan confianza y autonomía a sus empleados, aportan valor reduciendo los tiempos de desarrollo y adaptándose al cambio, reciben feedback constante y constructivo de los clientes y son más eficientes en el uso de recursos.
En función del tamaño de la organización y el sector en el que se trabaja, se deberá estudiar con detenimiento qué elementos de la filosofía agile se pueden incorporar en el día a día. Tampoco es necesario aplicarla de golpe a toda la organización, ya que puede funcionar mejor en determinados proyectos o departamentos. En definitiva, aplicar la metodología agile a una organización implica un cambio gradual en la cultura corporativa.