A la hora de ponerse a ahorrar, la estrategia está definida, en gran medida, por los objetivos. Si se busca un colchón financiero para imprevistos, será necesario un pequeño ahorro mensual en alguna cuenta o depósito de fácil acceso. Pero a la hora de ahorrar a largo plazo, como, por ejemplo, la jubilación o una compra importante en el futuro lejano, toca tener en cuenta todas las opciones de inversión.
Sin inversión, el dinero no se revaloriza y se pierde poder adquisitivo. Un euro hace 10 años no valía lo mismo que vale hoy en día. Si lo hubiésemos guardado en una hucha física, este habría perdido valor en relación al coste actual de la vida. Sin embargo, si lo hubiésemos invertido, este se habría ido revalorizando para no perder valor o, incluso, incrementarlo. De ahí la importancia de un plan o una estrategia de inversión para ahorrar a largo plazo.
A la hora de invertir, podemos siempre apoyarnos en los expertos en materia, como el personal de las entidades financieras. Pero, por otro lado, no está demás controlar cierto vocabulario y conceptos para saber por dónde se mueven las inversiones y cómo se comporta el dinero cuando está invertido a largo plazo. En este sentido, uno de los grandes desconocidos, a pesar de su importancia, es el interés compuesto.
El interés es, en pocas palabras, el precio del dinero. Se trata de un porcentaje que se aplica como concepto de pago por el dinero durante un tiempo determinado. Este se paga cuando una entidad financiera presta dinero a una persona o empresa (por ejemplo, en una hipoteca), pero también cuando una persona entrega dinero a una entidad financiera a modo de ahorro o inversión. Existen diferentes tipos de interés, pero a continuación nos centraremos en dos:
Así, el interés simple se diferencia del compuesto en que no se suma el capital para generar nuevos intereses y se calcula siempre sobre la inversión inicial. Mientras, el interés compuesto hace que el capital inicial vaya creciendo gradualmente y de forma exponencial, ya que los intereses aumentan en cada periodo. En ambos ejemplos, el interés del 10% es poco realista, solo se ha tomado por la facilidad que implica a efectos de mostrar el cálculo.
Para calcular cómo afecta el interés compuesto a una inversión, se utiliza una fórmula matemática que puede parecer enrevesada, pero no lo es tanto. Para entenderla, la aplicaremos con el mismo ejemplo anterior. La fórmula es la siguiente:
Capital final = C0 x (1+Ti) ^t
En esta fórmula, C0 es el capital inicial, Ti la tasa de interés anual y t el tiempo que dura la inversión. Así, si queremos calcular el capital que tenemos al cabo de dos años tras una inversión inicial de 10.000 euros a un interés compuesto del 10%, no tenemos más que sustituir los valores:
Capital final = 10.000 x (1+0,1) ^2
En este caso, el resultado es 12.100 euros. Ahora, si queremos calcular qué habrá pasado con esos 10.000 euros al cabo de dos décadas, no tendremos más que sustituir la t por 20. Es decir:
Capital final = 10.000 x (1+0,1) ^20
El resultado, al cabo de 20 años, es de 67.265 euros. Si, por el contrario, hubiésemos tenido una inversión con interés simple, al cabo de 20 años tendríamos 30.000 euros, menos de la mitad.
El interés compuesto es particularmente beneficioso en una situación de inversión regular y sostenida en el tiempo durante un periodo largo, como la que se hace, por ejemplo, en los planes de pensiones o en los fondos indexados. Así, si nos estamos planteando hacer una inversión a largo plazo con interés compuesto, obtendremos dos grandes beneficios:
Gracias al interés compuesto, no es tan importante invertir en un mal o un buen momento. Se elimina en gran medida el competente de azar de una inversión. Lo más importante es empezar lo antes posible y mantener una regularidad en la inversión y una constancia en el ahorro.